Estremece la mirada de tu cliente sintiéndose al borde del “precipicio”, queriendo “saltar” y aterrorizado por el salto, comprobando si puede confiar en ti, pidiendo auxilio y mostrando todo su dolor, miedo y vulnerabilidad.
Frente a él sostienes el momento desde la presencia y la consciencia y, a pesar de ello, no es capaz de “saltar”.
Es entonces, cuando el buen terapeuta, le da la mano, muestra su dolor, su miedo y su vulnerabilidad y “saltan” juntos.